Un ambiente sereno se respira por la calle Euclídes de la colonia Anzures. Sus edificios y calles recuerdan a las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco: “Hasta entonces la fuerza abolida del imperio otomano perduraba como la luz de una estrella muerta”. Sin embargo, el edificio marcado con el número 25 parece revivir a esa estrella: “el islamismo es una religión de paz, no de terror ni muerte” advierte un letrero a la entrada del Centro Educativo de la Comunidad Musulmana.
El suave aroma especiado del cuscús, platillo que se prepara especialmente en el Ramadán se dispersa por toda la sala. Un hombre alto con espesa barba y ataviado con una túnica blanca y un kafiyyeh (prenda que usan los hombres sobre la cabeza para demostrar orgullo por la identidad árabe), me recibe en la entrada y me indica que descubra mis pies por “respeto a Alá”.
Camino descalza por la sala alfombrada. Es un cuarto de no más de 15 metros en donde se han acomodado una serie de sillas para una conferencia sobre el Islam que se realizará esta tarde. “Hasta ahora sólo han llegado 15 personas, pero esperamos a más. Ellos son no musulmanes que quieren saber sobre el Islam”, me explica Sidi Mohamed, chef paquistaní que lleva 10 años viviendo en México y colabora en las reuniones que organiza el Centro.
Una cortina separa el lugar donde se han reunido las mujeres musulmanes y sus hijos. No puedo jalar la cortina y entrar, por lo que me limito a observar desde un orificio de la tela. Ellas se han hincado y formado un círculo. Las más jóvenes, entre 20 y 30 años, cuidan de los niños que dan marometas y brincan sobre la alfombra. Una mujer al centro permanece cabizbaja y sus labios recitan algunas frases del Corán en árabe. Las túnicas que portan en tonos sobrios y sus hijabs perfectamente adornadas con canutillo dorado y figuras geométricas configuran la elegancia.
En la esquina, un pequeño mueble de roble contiene una serie de libros: el Corán en su versión original –árabe– y diez traducciones al español. Asimismo, en la parte inferior aguarda un canasto con velos de diferentes colores.
Son casi las 7 de la tarde y la reunión ha congregado a 50 personas, la mayoría ancianos y mujeres. La hermana Patricia, musulmana desde hace 12 años comienza a repartir los velos del canasto entre las mujeres no musulmanas que desean saber sobre esta religión. Me pide que me lo ponga por respeto a Alá y al fin del Ramadán, las otras mujeres no atienden mucho a este comentario y lo rechazan.
Yo (Aisha) he cubierto mi cabeza y parte de mi rostro con un velo azul e intento tener una conversación con la mujer “musulmana” que se encuentra a mi lado.
– Disculpe (con un tono nervioso), ¿Hace cuanto que se convirtió al Islam?, pregunto.
Sus ojos verdes se me quedan mirando con extrañeza.
– Aun no lo soy – responde con una sonrisa que contraste con el tono oscuro de su hijab. Doy clases de árabe en este centro y en el que se encuentra en Cuernavaca, sé de sus costumbres pero aun estoy estudiando el Corán y quizás el próximo año haga mi Shahadda, que es un testimonio ante la comunidad de que aceptas el Islam, de que crees en el Islam, entonces dices: “Yo atestiguo que no hay más Dios que Alá, y Muhammad es su profeta”, y con eso ya inicias, ya haces público que tienes esa fe.
Un canto profundo similar al sonido que se transmite desde el Azán (altavoz que se coloca en lugares públicos musulmanes para poder rezar en cualquier momento) da inicio a la sesión. El imán, quien se encarga de presidir la oración canónica musulmana colocándose delante de los fieles para que estos le sigan en sus rezos y movimientos ha venido desde Egipto para celebrar el mes del Ramadán. Su voz es una mezcla de la fuerza de un rezo talibán en la película Osama y la voz melodiosa de la cantante iraní Azam Alí.
Continuará...
Pues espero a la continuacion, solo me resta decir ¿como demonios te enteras de estas cosas?
ResponderEliminar