Irina y la violencia (Tercera y última parte)
Al finalizar la plática invitan a Aisha a rezar pero responde que ya realizó sus cinco oraciones. Se han recogido las sillas y la sala es dividida en dos partes por una improvisada cortina. La costumbre es apartar a hombres y mujeres durante el rezo para evitar cualquier distracción de ambas partes. El imán traído de Egipto preside la oración mientras las mujeres no musulmanas miran con asombro la devoción de los Otros. Los niños entre 8 y 12 años también se hincan para rezar y sus madres les indican al oído lo que deben responder ante las palabras del imán.
Son casi las 9 de la noche y el ayuno del Ramadán ha llegado a su fin por lo que los festejos no tardan en comenzar. El chef Sidi Mohamed con la ayuda de las mujeres musulmanas lleva el especiado Cuscús a la mesa, colocan los macarrones con atún a un lado del keshk de pollo y las Shanklish (galletas árabes). A Aisha le ofrecen unos dulces cuyo fruto seco se asemeja a la nuez endulzada con miel. Yo (Aisha) me ofrezco a llevar los panes pita a la mesa y el presidente del Centro Mahmoud Sayed confunde a Aisha con la hija de un funcionario al preguntarme si mi padre vendrá a la reunión.
Yo (Aisha) ha puesto en su plato muchos fatays, empanadas árabes rellenas de carne y vegetales y se hinca a comer con las jóvenes musulmanas. Fawizia, originaria de los Emiratos Árabes porta un velo color turquesa adornado con un brillante prendedor y habla con una amiga de su último viaje a una región musulmana de la India y de las compras que hizo.
Sara, una mujer no musulmana de unos cuarenta años comparte el pescado a la vizcaína y el jugo de frutas con su compañera de lado, Irina. Enfrente de ellas, cerca del mueble que aguarda los Coranes se sienta Aisha. – ¿Quieres un poco de pescado?- me ofrece Irina quien hace unos meses realizó su Shahadda y el próximo año viajara a la Meca con su esposo.
Yo (Aisha): Oye Irina, ¿Las reglas de vestimenta es una cuestión meramente religiosa?
Irina: En gran medida, la situación de la mujer es una cuestión religiosa y no cultural. Cuando visite Omán cualquiera pensaría que las mujeres no van a la escuela pero la proporción de estudiantes universitarias es muy similar con el número de hombres estudiantes. Y en la vestimenta, el uso de la hijab pues también es una cuestión religiosa.
Irina es joven y muy guapa. Da clases de árabe e inglés y es traductora en el mismo Centro. Inquieta, voltea de vez en cuando buscando a su esposo en la sala contigua donde cenan los hombres.
Sara: ¿Y tu esposo ya regreso de Pakistán?
Irina: Si, hace un mes que está en México y hoy me acompaño a la reunión. Él es profesor de física y actualmente da clases en la UNAM. Ahora se quedara un rato en el país porque en Pakistán vive muy cerca de la frontera con Afganistán por lo que siempre hay problemas, violencia con los talibanes que operan en la zona.
Yo (Aisha): ¿Y en México nos has sido víctima de la violencia o racismo por ser musulmana?
Si, una vez en el metro se subió un judío y me comenzó a insultar. Me dijo que los musulmanes éramos portadores de conflictos, que nosotros causábamos las guerras y cuando se bajo me escupió los pies. Otras veces la gente se queda sorprendida por el atuendo pero no pasa de que te miren extraño.
“Mexquita”
La convivencia se extiende hasta las 10 de la noche. Algunos ya se han retirado no sin antes llevar un kit que contiene un Corán, folletos sobre las costumbres musulmanas y videos de la visita a la Meca. Francisco González Minero, responsable del Centro Educativo de la Comunidad Musulmana le comenta a Aisha que en menos de un año se constituirán como asociación religiosa ante SEGOB y prevén edificar una mezquita en ese lugar o en alguna zona cercana.
¿Se construirá con donaciones?, pregunta Aisha. –Si, planeamos captar donaciones nacionales e internacionales, ya que de esta manera se construyó otra mezquita musulmana, en Torreón, Coahuila, pero su creencia es chiita. Los mexicanos son quienes abrieron las primeras asociaciones civiles para dar impulso al Islam en México, hace unos 17 años.
Mas que un mezquita es un centro cultural que sirva de punto de encuentro con la población católica. Queremos informar sobre nuestro credo y demostrar que nosotros los musulmanes tenemos nada que temer.
Cuando Aisha se retira, una patrulla merodea el lugar y los policías cuestionan a quienes reparten los folletos. –Lo vecinos se quejan de que hacen mucho ruido- dice uno de los policías.
-No es cierto, el Islam prohíbe la música- respondo yo.
- Es que no tienen permiso para hacer sus fiestas- asienta el otro poli que parece no importarle el asunto y sólo lo hace para fastidiar.
Los miro con desconsuelo. Kapuscinski tenía razón al decir que hoy se tiende ver al Otro como un extraño, alguien que puede atentar contra nuestra cultura e identidad. Ellos no comprenden al Otro. Han hecho caso omiso del letrero que advierte a la entrada “el islamismo es una religión de paz, no de terror ni muerte”.
Al finalizar la plática invitan a Aisha a rezar pero responde que ya realizó sus cinco oraciones. Se han recogido las sillas y la sala es dividida en dos partes por una improvisada cortina. La costumbre es apartar a hombres y mujeres durante el rezo para evitar cualquier distracción de ambas partes. El imán traído de Egipto preside la oración mientras las mujeres no musulmanas miran con asombro la devoción de los Otros. Los niños entre 8 y 12 años también se hincan para rezar y sus madres les indican al oído lo que deben responder ante las palabras del imán.
Son casi las 9 de la noche y el ayuno del Ramadán ha llegado a su fin por lo que los festejos no tardan en comenzar. El chef Sidi Mohamed con la ayuda de las mujeres musulmanas lleva el especiado Cuscús a la mesa, colocan los macarrones con atún a un lado del keshk de pollo y las Shanklish (galletas árabes). A Aisha le ofrecen unos dulces cuyo fruto seco se asemeja a la nuez endulzada con miel. Yo (Aisha) me ofrezco a llevar los panes pita a la mesa y el presidente del Centro Mahmoud Sayed confunde a Aisha con la hija de un funcionario al preguntarme si mi padre vendrá a la reunión.
Yo (Aisha) ha puesto en su plato muchos fatays, empanadas árabes rellenas de carne y vegetales y se hinca a comer con las jóvenes musulmanas. Fawizia, originaria de los Emiratos Árabes porta un velo color turquesa adornado con un brillante prendedor y habla con una amiga de su último viaje a una región musulmana de la India y de las compras que hizo.
Sara, una mujer no musulmana de unos cuarenta años comparte el pescado a la vizcaína y el jugo de frutas con su compañera de lado, Irina. Enfrente de ellas, cerca del mueble que aguarda los Coranes se sienta Aisha. – ¿Quieres un poco de pescado?- me ofrece Irina quien hace unos meses realizó su Shahadda y el próximo año viajara a la Meca con su esposo.
Yo (Aisha): Oye Irina, ¿Las reglas de vestimenta es una cuestión meramente religiosa?
Irina: En gran medida, la situación de la mujer es una cuestión religiosa y no cultural. Cuando visite Omán cualquiera pensaría que las mujeres no van a la escuela pero la proporción de estudiantes universitarias es muy similar con el número de hombres estudiantes. Y en la vestimenta, el uso de la hijab pues también es una cuestión religiosa.
Irina es joven y muy guapa. Da clases de árabe e inglés y es traductora en el mismo Centro. Inquieta, voltea de vez en cuando buscando a su esposo en la sala contigua donde cenan los hombres.
Sara: ¿Y tu esposo ya regreso de Pakistán?
Irina: Si, hace un mes que está en México y hoy me acompaño a la reunión. Él es profesor de física y actualmente da clases en la UNAM. Ahora se quedara un rato en el país porque en Pakistán vive muy cerca de la frontera con Afganistán por lo que siempre hay problemas, violencia con los talibanes que operan en la zona.
Yo (Aisha): ¿Y en México nos has sido víctima de la violencia o racismo por ser musulmana?
Si, una vez en el metro se subió un judío y me comenzó a insultar. Me dijo que los musulmanes éramos portadores de conflictos, que nosotros causábamos las guerras y cuando se bajo me escupió los pies. Otras veces la gente se queda sorprendida por el atuendo pero no pasa de que te miren extraño.
“Mexquita”
La convivencia se extiende hasta las 10 de la noche. Algunos ya se han retirado no sin antes llevar un kit que contiene un Corán, folletos sobre las costumbres musulmanas y videos de la visita a la Meca. Francisco González Minero, responsable del Centro Educativo de la Comunidad Musulmana le comenta a Aisha que en menos de un año se constituirán como asociación religiosa ante SEGOB y prevén edificar una mezquita en ese lugar o en alguna zona cercana.
¿Se construirá con donaciones?, pregunta Aisha. –Si, planeamos captar donaciones nacionales e internacionales, ya que de esta manera se construyó otra mezquita musulmana, en Torreón, Coahuila, pero su creencia es chiita. Los mexicanos son quienes abrieron las primeras asociaciones civiles para dar impulso al Islam en México, hace unos 17 años.
Mas que un mezquita es un centro cultural que sirva de punto de encuentro con la población católica. Queremos informar sobre nuestro credo y demostrar que nosotros los musulmanes tenemos nada que temer.
Cuando Aisha se retira, una patrulla merodea el lugar y los policías cuestionan a quienes reparten los folletos. –Lo vecinos se quejan de que hacen mucho ruido- dice uno de los policías.
-No es cierto, el Islam prohíbe la música- respondo yo.
- Es que no tienen permiso para hacer sus fiestas- asienta el otro poli que parece no importarle el asunto y sólo lo hace para fastidiar.
Los miro con desconsuelo. Kapuscinski tenía razón al decir que hoy se tiende ver al Otro como un extraño, alguien que puede atentar contra nuestra cultura e identidad. Ellos no comprenden al Otro. Han hecho caso omiso del letrero que advierte a la entrada “el islamismo es una religión de paz, no de terror ni muerte”.
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