sábado, 17 de octubre de 2009

Ayran, bebida turca


Ayran es una bebida popular en Turquía y los Balcanes hecha a base de yogur, agua y sal. El ayran es para consumirlo en los días calurosos y recuperar la sal que pierde el cuerpo. Como no contiene azúcar y grasas, quita la sed mejor que otras bebidas.

Acá la receta:

- 250 gramos de yogur natural (como Yoplait)
- 1 litro de agua fría
- Sal al gusto

Cabe destacar que debemos utilizar el tipo de yogur que encontramos en el este de Europa y en Turquía, es decir, sin azúcar y cremoso. Lo más parecido que podemos encontrar acá en México es el yogur natural ya que no tiene azúcar.

Se incorpora el yogur y el agua fría en un tazón y se bate hasta que no queden grumos. Se le agrega un poco de sal al gusto. Si se coloca en un procesador o en la licuadora la mezcla quedara con un poco de burbujas, estilo malteada y de consistencia suavecita y agradable.

jueves, 15 de octubre de 2009

Disko Partizani

Una mezcla de ritmos propios de los Balcanes con sonidos electrónicos. Shantel es descendiente de inmigrantes de la Bucovina. Esta rola es de "Disko Partizani" que en el 2007 se convirtió en un éxito en Austria.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Chipre: una isla, dos mundos


A medio siglo de su independencia, Chipre sigue estando dividido entre la cultura turca y la griega, y separado por un muro, el único en pie en Europa. El mismo desánimo que destilan hoy las calles de la capital, Nicosia, parece contagiar a los habitantes de ambos lados. Acà un buen reportaje de El Paìs:

La Isla Desencajada

Cuando en abril de 2003 se abrió la frontera que partió en dos Chipre durante más de tres décadas, Mikos Patsikas, grecochipriota de 73 años, se aventuró al Norte en busca de su mejor amigo, del que nada sabía desde la división. "Caminé hacia su casa por una calle que conocía de memoria y me sorprendí. Todo estaba igual: las ventanas aún pintadas de verde, el jardín cubierto de maleza... Llamé a la puerta y, al verme, me reconoció enseguida. Nos abrazamos. Lloramos. Ahora, cada fin de semana comemos juntos en uno u otro lado. Esta guerra sin sentido nos robó la amistad".

Como él, miles de personas de ambos lados cruzaron esa frontera las primeras semanas tras la apertura, ansiosas de explorar la parte de su isla que les había sido negada. Pero tras la euforia inicial vino la decepción. A pesar de las optimistas comparaciones con la caída del muro de Berlín, este hito en la historia de Chipre no se acompañó de la voluntad política necesaria en ambos lados para enterrar el pasado. Durante años, ambas mitades aprendieron a vivir de espaldas, girándose sólo para reafirmar su inflexibilidad y acusar a la otra de los males de la isla. Como en una partida de ajedrez en la que nadie mueve ficha para no dar ventaja al adversario. Hoy, los 180 kilómetros de alambrada desde Kokkina, en el noroeste, hasta Famagusta, en el sureste de la isla, siguen separando a los grecochipriotas en el Sur y a los turcochipriotas en el Norte.

La capital del país, Nicosia (Lefkosia, en griego, en el Sur), aún ostenta el título de ser la única ciudad dividida. En su casco histórico, también partido, los soldados de ambos lados se siguen observando con tedio añejo a través de los 20 metros de tierra de nadie establecida por la ONU. Se ven fachadas de casas coloniales abandonadas y edificios derruidos con ventanas taponadas con sacos de arena. Uno camina en pleno centro y escucha sus propios pasos. El silencio es absoluto y desolador. En este paisaje moribundo, de vez en cuando asoman huellas de otro tiempo: vehículos abandonados; aquí, la pintura ajada de un Austin de 1965; allá, junto a las barricadas, un Ford Cortina cobalto. Persianas oxidadas bloquean comercios que ya no venden. Las malas hierbas van ganando terreno al cemento. En una pared desconchada, un graffiti: "Yo amo a Lefkosia".

Continua...

lunes, 12 de octubre de 2009

Hijos de la carencia

Por Abigail Crusher

Esta noche huele a corrupción. 11:00 pm y el calor de un verano retrasado enciende los ánimos. El sudor se desvanece por un torso desnudo que deambula con aires de grandeza “¡Yo mando en esta pinché colonia cabrones!”, exclama la mirada perdida de “Rambo”, adicto al cemento y al allanamiento de morada. Las reinas de la noche son unas chuladas de maíz negro, redonditas y juguetonas que transitan en su motos y no paran de lanzar piropos a cuan hombre se encuentren: “Hey tu, ya te cotizas papacito”.

La villa se transforma en una pasarela de motos nuevecitas y autos que también transitan en la Roma. Conducidas por esos hijos de la carencia; jóvenes desobligados, desempleados y sin estudios que se sustentan de la venta de droga y el secuestro. Ataviados con playeras adheridas al cuerpo, chalecos esponjados, pantalones a cuadros, lentes oscuros y peinados que desafían la gravedad: cabellos decolorados bien fijados con spray, transitan haciendo crujir a las motos.

Acompañados de un reggaeton que condensa pasiones y de tres o cuatro chicas atrás de la moto, se disipan los gritos, el calor, la música. Se hunden en un éxtasis que les hace olvidarse por segundos de sus carencias, de sus frustraciones y de sus faltas hacia con el Otro.

Para las “Oropeza”, tres veinteañeras que por las mañanas venden productos “naturistas” de Herbalife y por la noche retan cualquier mirada para llevarles el pan a sus chilpayates; la moto es más que una diversión, es el vehiculo para ganarse la vida. Con un estruendoso ruido, bajan hacia la “Cañería”, punto de distribución por kilo, apresuradas y con las manos vacías. A su regreso, la moto se llena de paquetitos forrados de papel estraza, que se repartirán esta misma noche.

Las chuladas de maíz negro las miran pasar, guardan sus comentarios. Adolescentes que seducen con pantalones entallados y escotes pronunciados que dejan al descubierto su piel tostada, continúan su relajo sentadas en el borde la banqueta. Ven el ir y venir de motos, a todos sus conductores les chiflan y lanzan piropos: ¡Con ese pajarito hasta yo canto!”

“¡Apúrate Nadia que la pipa no tarda en pasar!” Le gritan a una de las chicas, para que aliste las cubetas para recibir un poco de agua después de casi 2 semanas sin ella. Nadia, encantada de la vida sigue piropeando a los chavos, mientras sujeta a su bebé. Vive con sus padres a raíz de que su esposo fue detenido y acusado de venta de drogas. Cada domingo lo visita en el reclusorio Oriente en compañía de su hija.

El humo de un cigarro nocturno y el reggaeton, las risas burlonas y los balazos al aire, invocan el espíritu de Daniel, vecino de Nadia y amigo de las Oropeza, quien murió hace un año balaceado afuera de su casa. Tenía 18 años y acababa de salir del tutelar de menores.

Son casi las 11:30. Un típico olor a amoniaco inunda la calle. Proviene de una casa que en poco tiempo se ha convertido casi una mansión. Dentro de media hora más, una camioneta descargará varios empaques y recipientes de metal. Los dueños afirman ser químicos farmacéuticos. Algunos dicen que elaboran medicamentos. Otros afirman que preparan las anfetaminas.

Poco a poco el desmadre de los chavos se difumina, es desplazado por una necesidad. Otros permanecerán en vela. Al asomarse una pipa, los vecinos invaden los callejones y corren para “secuestrar” a los camiones repartidores con la finalidad de obtener unos litros de agua. “El agua no llega más que algunas horas en la semana, cuando llega, está muy sucia, como agua de tamarindo. Esto es el pan de cada día”, dice con resignación una anciana.

Mientras sus maridos duermen, las mujeres salen a la calle medio dormidas pero con la esperanza de obtener un poco de agua. Señoras regordetas y en pijama acosan al pipero y lo amenazan con no dejarlo ir si aún hay recipientes vacíos. A lo lejos se escuchan ráfagas de cohetes y balazos. Un sonido de silbatos cuyo origen se desconoce pues se mezcla entre los maullidos de gatos, ¿es una señal de las narcotienditas para iniciar o frenar la venta ante posible peligro? Nadie duerme.