sábado, 5 de febrero de 2011

¿A dónde fueron los islamistas?

Una mujer besa a su hijo soldado durante las revueltas que buscan la dimisión de Mubarak

Por Olivier Roy

La novedosa peculiaridad de la primera revolución popular pacífica capaz de derrocar una dictadura en el mundo árabe ha consistido en que no ha tenido nada que ver con el islamismo.

El joven vendedor ambulante tunecino que desencadenó la revuelta al quemarse en público nos recuerda a los monjes budistas vietnamitas en 1963 o a Jan Palach en Checoslovaquia en 1969, unos actos de naturaleza precisamente opuesta a la de las bombas suicidas que son la marca registrada del actual terrorismo islámico.

Incluso en este acto sacrificial no ha habido nada de religioso: ningún turbante verde o negro, ninguna túnica blanca, nada de ¡Alá Akbar!, nada de llamamientos a la yihad. Se ha tratado, por el contrario, de una protesta individual, desesperada y absoluta, sin una palabra sobre el paraíso o la salvación. En este caso el suicidio era el último acto de libertad dirigido a avergonzar al dictador y a instar a la gente a reaccionar. Era un llamamiento a la vida, no a la muerte.

En las sucesivas manifestaciones en las calles, no se invocó un Estado islamista, ni los manifestantes se pusieron sudarios blancos frente a las bayonetas, como en Teherán en 1978. Ninguna referencia a la sharía ni a la ley islámica. Y, lo más sorprendente, ningún "¡abajo el imperialismo de Estados Unidos!". El odiado régimen era percibido como indígena, como el resultado del miedo y de la pasividad, y no como la marioneta del neocolonialismo francés o norteamericano, a pesar del refrendo que había obtenido por parte de la élite política francesa.

En vez de ello, los manifestantes pedían libertad, democracia y elecciones con pluralidad de partidos. Dicho sencillamente, querían verse libres de la cleptocrática familia gobernante ("¡dégage!", o sea "¡despeja!", ha sido la popular expresión francesa utilizada como consigna).

En esta sociedad musulmana nada se ha puesto de manifiesto acerca de "un excepcionalismo islámico". Y, al final, cuando los líderes islamistas reales han vuelto de su exilio en Occidente (sí, estaban en Occidente, no en Afganistán ni en Arabia Saudí) estos, como Rachid Ghanuchi, han hablado de elecciones, Gobierno de coalición y de estabilidad, al tiempo que mantenían un bajo perfil.

¿Han desaparecido los islamistas?

No. Pero, al menos en África del Norte, muchos de ellos se han convertido en demócratas. Es verdad que grupos marginales han seguido la senda de una yihad global y nómada, y que vagabundean por el Sahel en busca de rehenes, pero no cuentan con el apoyo real de la población. Esa es la razón por la que se han ido al desierto.

Sin embargo, esos salteadores de caminos siguen estando considerados por los Gobiernos occidentales como una amenaza estratégica que dificulta el diseño de una política a largo plazo. Otros islamistas sencillamente han dejado la política y se han encerrado en casa para seguir un piadoso y conservador, aunque apolítico, estilo de vida. Al igual que a sus mujeres, le han puesto un burka a sus vidas.

Pero el grueso de los antiguos islamistas ha llegado a la misma conclusión que la generación que fundó el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en Turquía: no hay tercera vía entre democracia y dictadura. Solamente hay dictadura y democracia.

Este reconocimiento del fracaso del islam político ha coincidido con el talante de esa nueva generación de manifestantes en Túnez. La nueva generación árabe no está motivada por la religión o la ideología, sino por la aspiración a una transición pacífica hacia un Gobierno decente, democrático y "normal". Tan solo quieren ser como los demás.

La revuelta tunecina ayuda a aclarar una realidad respecto del mundo árabe: el terrorismo que hemos contemplado estos últimos años, que es un milenarismo utópico, no proviene de las sociedades reales de Medio Oriente. Es mucho más fácil encontrar radicales islámicos en Occidente que en estos países.

Naturalmente, el cuadro difiere entre un país y otro. La generación posislamista es más visible en el norte de África que en Egipto o Yemen, por no hablar de Pakistán, que es un país que se derrumba. Pero en todo Medio Oriente árabe, la generación que está liderando la protesta contra la dictadura no tiene un carácter islámico.

Eso no quiere decir que no queden grandes desafíos a los que enfrentarse. De hecho, son muchos: cómo encontrar líderes políticos que puedan estar a la altura de las expectativas populares; cómo evitar los escollos de la anarquía; cómo reconstruir los vínculos políticos y sociales que han sido deliberadamente destruidos por los regímenes dictatoriales y reconstruir una sociedad civil.

Pero hay al menos una cuestión inmediatamente suscitada por la revolución tunecina.

¿Por qué sigue apoyando Occidente a la mayoría de las dictaduras de Medio Oriente incluso cuando esta oleada democrática agita la región? En el pasado, por supuesto, la respuesta ha sido que Occidente ha visto en los regímenes autoritarios el mejor baluarte contra el islamismo.

Esa fue la razón oculta de su apoyo a la cancelación de las elecciones de Argelia en 1990, de que se hiciera la vista gorda con el tinglado de las elecciones egipcias y de que se ignorara lo que los palestinos eligieron en Gaza.

A la luz de la experiencia tunecina ese planteamiento tiene que volver a ser evaluado. En primer lugar, porque esos regímenes ya no constituyen un baluarte fiable. Podrían simplemente desmoronarse en cualquier momento. En segundo lugar, ¿contra qué son un baluarte si la nueva generación es posislamista y prodemocrática?

Del mismo modo que Túnez ha supuesto un momento decisivo para el mundo árabe tiene también que suponer un momento decisivo en la política occidental respecto a la región. La realpolitik de hoy significa apoyar la democratización de Medio Oriente.

Publicado en El País

lunes, 31 de enero de 2011

El Che Guevara alienta las protestas en Egipto

El Che Guevara en las protestas de Egipto que exigen la dimisión de Mubarak 


Revuelta en el mundo árabe

Protestas en Egipto

La caída del régimen del ex presidente de Túnez,  Ben Ali, el 14 de enero, fue para millones de árabes la prueba de que el cambio político mediante las protestas callejeras es posible. El descontento engendrado durante décadas en casi todos los países árabes se ha convertido en pocas semanas en una marea de protestas contra miserias comunes: el alza de los precios de los alimentos, la pobreza, el desempleo y los regímenes autoritarios. Los líderes responden aquí y allá con anuncios de medidas improvisadas para frenar la ira popular y mantenerse en el poder.

EGIPTO. El Cairo ha sido escenario de las mayores protestas callejeras desde que Hosni Mubarak accedió al poder en 1981. También ha habido marchas en Alejandría, Suez y otras ciudades. Ni la salida de los tanques a la calle, ni la brutalidad de la policía, ni el apagón de los teléfonos móviles e Internet han neutralizado la movilización ciudadana contra el rais.

La semana pasada tres egipcios se prendieron fuego emulando al joven tunecino que encendió la mecha de la contestación popular.

Al día siguiente de la caída del régimen tunecino, el ministro de Exteriores egipcio, Ahmad Abul Gheit, calificó de "absurdos" los temores de contagio a otros países de la región. "Cada sociedad tiene sus propias especificidades. Aquellos que buscan provocar una escalada no lograrán sus objetivos", declaró.

TÚNEZ. El desesperado Mohamed Buazizi se quemó a lo bonzo en diciembre, murió semanas después y se convirtió en un símbolo para los tunecinos de todas las edades, clases y regiones. La movilización popular continuó tras la huida del déspota, y de su odiada esposa, a Arabia Saudí. Solo la salida del Gobierno de transición de los miembros del partido del dictador, salvo el primer ministro, ha llevado la normalidad al país.
El comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos asegura que las fuerzas de seguridad mataron a 117 personas en las protestas (incluidas 70 a tiros). El Gobierno asegura que fueron 78 los muertos.

SIRIA. La policía impidió ayer una sentada de medio centenar de jóvenes en solidaridad con los manifestantes egipcios. También hay convocada una manifestación para finales de la próxima semana. Será una prueba para Bachar el Asad, que heredó en 2000 la jefatura del Estado a la muerte de su padre, Hafez, tras 30 años en el poder.

ARGELIA. Fue el primer país donde tuvieron réplica las movilizaciones iniciales del vecino Túnez. A principios de mes hubo manifestaciones en Argel y otras ciudades en protesta por el drástico aumento de los precios, revueltas y pillaje. Murió una veintena de personas, la mayoría por disparos de la policía, según la oposición. La semana pasada, cuatro hombres se quemaron. Las autoridades han abaratado algunos alimentos para aplacar la ira ciudadana.

JORDANIA. Unos 200 activistas se manifestaron ayer frente a las oficinas del primer ministro, Samir Rifai, para exigir su dimisión al grito de "nuestro Gobierno son un puñado de ladrones". Exhibían pancartas con el lema "No a la pobreza, no al hambre".

El viernes pasado, unas 3.000 personas -con los islamistas al frente y acompañados de izquierdistas y sindicalistas- marcharon en Ammán y corearon, a la salida del rezo del viernes, "Queremos el cambio". El Gobierno ha anunciado la bajada de precios de alimentos básicos, la subida del sueldo de los funcionarios y medidas para crear empleo, medidas insuficientes a juicio de los que se han echado a la calle en la capital y en otras ciudades jordanas.

El rey Abdalá, de 49 años, que nombra el Gobierno, aprueba la legislación y puede disolver el Parlamento, según establece la Constitución, pidió el jueves pasado a los legisladores que se esfuercen más por aliviar las penurias económicas de la población y que aceleren las reformas políticas. El monarca se enfrenta a la resistencia de los más conservadores del estamento dirigente a los cambios, porque temen el auge de los islamistas, informa Reuters.

ARABIA SAUDI. Decenas de personas fueron detenidas el viernes en Yeda, la segunda ciudad del reino, tras manifestarse en contra de la maltrecha infraestructura. Las protestas callejeras son algo inédito en el país. La manifestación fue convocada mediante el envío masivo de mensajes a teléfonos BlackBerry instando a los ciudadanos a movilizarse tras las inundaciones que aún mantenían parte de la ciudad anegada. Otro envío masivo anima a los funcionarios y a los empleados del sector privado a hacer huelga la semana que viene "hasta que arreglen las carreteras de Yeda".

El miércoles, el rey Abdalá, que está en Marruecos recuperándose de una intervención quirúrgica en Estados Unidos, ordenó a las autoridades que aceleraran las tareas de rescate y les advirtió de que no se demoraran en actuar. El monarca defendió ayer al presidente Mubarak.

YEMEN. Unas 16.000 personas salieron el jueves a la calle en Yemen -el país más pobre del mundo árabe- para exigir reformas políticas y el fin del régimen del presidente Ali Abdalá Saleh, que lleva en el poder desde 1980, un año antes que Mubarak.

SUDÁN. Los estudiantes se movilizaron en las universidades de Jartum y de Gezira contra el anuncio de reducir los subsidios a los productos del petróleo y el azúcar. Las movilizaciones se extendieron a otras zonas. La policía les lanzó botes de humo. Los precios de otros productos básicos han subido también debido a la crisis mundial y a la devaluación de la moneda local.

OMÁN. Unas 200 personas se echaron a la calle para reclamar al Gobierno el fin de la corrupción y que frene la escalada de precios de los alimentos.

MAURITANIA. Un sexagenario se inmoló el día 17 contra el supuesto maltrato de las autoridades a su tribu.

LIBIA. El régimen de Gadafi, que se solidarizó con el derrocado Ben Ali al principio pero el viernes respaldó la revolución, ha abolido algunos impuestos sobre alimentos como arroz, aceite vegetal, azúcar o papillas para contrarrestar la subida mundial del precio de los alimentos.

Con información de El País.