Por Diana Andrade Uribe. Cortesía de la revista Etcétera
A principios del siglo pasado, el misterio de Medio Oriente arrojó al mundo occidental uno de sus símbolos exóticos más emblemáticos: el dromedario. Este animal de respiración fuerte y espíritu resuelto anunció su llegada a la arenosa escena del mercado mundial en una cajetilla de pequeños cilindros de generoso sabor turco.
La compañía tabacalera fundada en 1875 por Patrick Reynolds, se dedicaba a la fabricación de tabaco para pipa, hasta que en 1907, su hijo R.J. Reynolds elaboró de esa vaga evocación asiática una arquitectónica de la imagen ajustada a la figura del rumiante. Años más tarde, el estadounidense haría de ésta la metáfora de una marca que denotaba el viaje emprendido por un espíritu valiente.
Para que la imagen del dromedario no se disolviera en los bolsillos, junto con el aroma de las hebras del tabaco, R. J. Reynolds inventó la envoltura que se convertiría, tiempo después, en uno de los objetos de mayor exhibición del hombre: la cajetilla de cigarros. En un principio, este envoltorio era un cubilete de papel doblado que guardaba diez cigarros –de no más de seis centímetros– protegidos por un papel metálico. Fue hasta 1931 cuando a éste se le recubrió con celofán, y así se logró conservar el aroma y el sabor del tabaco.
La influencia del artista Owen Jones (1807-1875) quien recopilara en su obra "Grammar of ornament" más de tres mil muestras de ornamentaciones y diseños del arte islámico –resultado de sus múltiples viajes a Medio Oriente– determinó las creaciones de los artistas gráficos de la época. Los ilustradores norteamericanos abrevaron de Owen las reminiscencias de Egipto y elaboraron, a partir de ellas, el diseño de la cajetilla del camello.
Reynolds utilizó el nombre de Camel, no sólo por la imagen que significa y que hace del animal una figura claramente memorizable, sino por la sencilla disposición fonética de la que goza la palabra, lo que permite su fácil pronunciación en cualquier idioma.
Ubicada en Carolina del Norte, Estados Unidos, la cigarrera inició su proceso de comercialización en 1913. De las primeras estrategias que resolvió R. J. Reynolds para llevar a cabo la campaña de la tabacalera, sobresalió la del juego de palabras por aliteración: transformó el estribillo de una canción patriótica escocesa (“The camps bells coming”) a la frase que inauguraría la marca: “The camells are coming”. La repercusión de este ardid publicitario tuvo otro efecto: polemizar la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.
A principios del siglo pasado, el misterio de Medio Oriente arrojó al mundo occidental uno de sus símbolos exóticos más emblemáticos: el dromedario. Este animal de respiración fuerte y espíritu resuelto anunció su llegada a la arenosa escena del mercado mundial en una cajetilla de pequeños cilindros de generoso sabor turco.
La compañía tabacalera fundada en 1875 por Patrick Reynolds, se dedicaba a la fabricación de tabaco para pipa, hasta que en 1907, su hijo R.J. Reynolds elaboró de esa vaga evocación asiática una arquitectónica de la imagen ajustada a la figura del rumiante. Años más tarde, el estadounidense haría de ésta la metáfora de una marca que denotaba el viaje emprendido por un espíritu valiente.
Para que la imagen del dromedario no se disolviera en los bolsillos, junto con el aroma de las hebras del tabaco, R. J. Reynolds inventó la envoltura que se convertiría, tiempo después, en uno de los objetos de mayor exhibición del hombre: la cajetilla de cigarros. En un principio, este envoltorio era un cubilete de papel doblado que guardaba diez cigarros –de no más de seis centímetros– protegidos por un papel metálico. Fue hasta 1931 cuando a éste se le recubrió con celofán, y así se logró conservar el aroma y el sabor del tabaco.
La influencia del artista Owen Jones (1807-1875) quien recopilara en su obra "Grammar of ornament" más de tres mil muestras de ornamentaciones y diseños del arte islámico –resultado de sus múltiples viajes a Medio Oriente– determinó las creaciones de los artistas gráficos de la época. Los ilustradores norteamericanos abrevaron de Owen las reminiscencias de Egipto y elaboraron, a partir de ellas, el diseño de la cajetilla del camello.
Reynolds utilizó el nombre de Camel, no sólo por la imagen que significa y que hace del animal una figura claramente memorizable, sino por la sencilla disposición fonética de la que goza la palabra, lo que permite su fácil pronunciación en cualquier idioma.
Ubicada en Carolina del Norte, Estados Unidos, la cigarrera inició su proceso de comercialización en 1913. De las primeras estrategias que resolvió R. J. Reynolds para llevar a cabo la campaña de la tabacalera, sobresalió la del juego de palabras por aliteración: transformó el estribillo de una canción patriótica escocesa (“The camps bells coming”) a la frase que inauguraría la marca: “The camells are coming”. La repercusión de este ardid publicitario tuvo otro efecto: polemizar la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.
Luego de ese artificio, vendría una pericia más para difundir la marca: utilizar la imagen de una mascota del circo más famoso de la Unión Americana: The Barnum and Bailey. Así, mientras esta carpa se encontraba en Winston, el fotógrafo R. H. Haberken capturó a “Old Joe”: el ungulado árabe que sirvió de modelo para ilustrar la publicidad de los paquetes de cigarros por más de 60 años.
Bajo la expresión “andaría una milla por un Camel”, la marca lanzó al mercado norteamericano su primera cajetilla en 1914. A partir de ese instante, la cigarrera se posicionó en el gusto del consumidor. Y durante los primeros 70 años, Camel cifró su acierto comercial en la fiel conservación del diseño de sus cajetillas: un desierto cubierto de aristas piramidales, tres palmeras de gracioso equilibrio y, en relieve, un camello sombreado por el suave color pajizo
En 1918, Patrick Reynolds, fundador de la compañía que años más tarde sería la segunda empresa cigarrera más importante del mundo, moriría de cáncer de páncreas, debido a su hábito de mascar tabaco.
La omnipotencia publicitaria de los años 20, luego de la Primera Guerra Mundial, se volvió para Camel el medio eficaz que expondría la relación de la cultura norteamericana con el tabaco: convirtió la imagen del simple hábito de ingerir nicotina, al elegante acto de fumar. Desde sus primeros años, la marca propuso en los anuncios de periódicos y revistas de gran circulación, una gráfica publicitaria de vanguardia y glamour. Con refinadas viñetas a color y sofisticadas elaboraciones de cómic, el arte figurativo y testimonial de Camel reprodujo los motivos que hacían de ésta la marca preferida entre los consumidores.
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Bajo la expresión “andaría una milla por un Camel”, la marca lanzó al mercado norteamericano su primera cajetilla en 1914. A partir de ese instante, la cigarrera se posicionó en el gusto del consumidor. Y durante los primeros 70 años, Camel cifró su acierto comercial en la fiel conservación del diseño de sus cajetillas: un desierto cubierto de aristas piramidales, tres palmeras de gracioso equilibrio y, en relieve, un camello sombreado por el suave color pajizo
En 1918, Patrick Reynolds, fundador de la compañía que años más tarde sería la segunda empresa cigarrera más importante del mundo, moriría de cáncer de páncreas, debido a su hábito de mascar tabaco.
La omnipotencia publicitaria de los años 20, luego de la Primera Guerra Mundial, se volvió para Camel el medio eficaz que expondría la relación de la cultura norteamericana con el tabaco: convirtió la imagen del simple hábito de ingerir nicotina, al elegante acto de fumar. Desde sus primeros años, la marca propuso en los anuncios de periódicos y revistas de gran circulación, una gráfica publicitaria de vanguardia y glamour. Con refinadas viñetas a color y sofisticadas elaboraciones de cómic, el arte figurativo y testimonial de Camel reprodujo los motivos que hacían de ésta la marca preferida entre los consumidores.
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