A veces, en determinados anuncios en los andenes del metro de París, se ve: una modelo de ropa o de perfume, tal vez de H&M, tal vez de Dior, que aparece con el rostro tapado con un burka, con la cara tachada en tinta negra. Si el viajero se topa con eso (no es fácil) se encontrará frente a una de las obras de la artista callejera más huidiza y misteriosa de París, Princess Hijab. En un país en el que el burka ha sido prohibido en la calle, este tipo de pintadas no pasan inadvertidas. A pesar de eso, nadie ha visto la cara de la Princess Hijab. Nadie la ha visto sin disfraz o sabe su nombre verdadero. Nadie, excepto unos cuantos amigos, saben si es hombre o mujer. No se prodiga mucho: solo una obra al mes, que además dura poco, ya que los operarios del metro se apresuran a retirarla.
No es sencillo quedar con ella (o con él). Tras contactar vía Facebook (ahora es imposible: el equipo de Facebook ha anulado su página), este corresponsal recibió un correo electrónico: "A las diez y media de la mañana, en el andén del metro Abbesses en dirección a Porte de la Chapelle". Firmado: PH. Una vez allí, y cuando todas las personas que caminaban por el andén se volvían sospechosas, sonó el teléfono, como en las películas malas de espías: "Suban a la plaza, usted y el fotógrafo". En la plaza, nuevo telefonazo: "¿Dónde están?". "En la plaza, como nos dijo, al lado de una churrería que...". "Vayan al número tal de la calle tal, que no está lejos de allí". Una vez allí, enfrente de la entrada de un viejo edificio de pisos en mal estado, se abre una puerta y aparece ella (o él). "Entren: haremos la entrevista en la escalera".
Princess Hijab cuando tenía 15 años |
Va vestida con botas militares, chupa de cuero, minifalda de cuero, medias negras, guantes negros, sudadera como de piel de leopardo con capucha interminable y una inmensa peluca negra. Avanza inclinada, como un jorobado, para que nadie vea su cara y el tono neutro de su voz no permite descubrir si es una mujer o un hombre. Al principio, da un poco de miedo.
Sentada efectivamente en el tramo de escalera inestable que va del tercero al cuarto cuenta que empezó a tapar rostros ("de mujeres, pero también de hombres") hace seis años, que ahora tiene 22, que nació y vivió en París, que su padre le inculcó el amor a la música y su madre a la contracultura. "Este tipo de arte tiene que ser impactante, iconoclasta. En Francia, el velo y el burka son parte de la polémica y eso me atrae", dice. "Se cuentan muchas tonterías sobre mí", añade. Aunque ella misma (él mismo) envuelve su arte de ciertas connotaciones religiosas: "Entro en el arte callejero como en una religión, el metro es el lugar de mi experiencia mística".
¿Por qué se tapa usted, por qué se esconde? "Porque en un mundo en el que todas las personas juegan a mostrarse, es una forma de remarcarse", explica. ¿Y por qué burka? "Por lo impactante. Además, yo me nutro del magma de la sociedad, siento en mí también los efectos de la política. Así, yo actuaría como un sociólogo. Pero no es que yo esté a favor o en contra, no es algo tan simplista: tiene que ver también con el miedo, con la ocultación, con la reflexión que conduce a uno a esconderse, con la seducción también". ¿Prohibiría usted el burka? "En una democracia, no me corresponde a mí decidir eso. Yo me muevo en el plano de lo que impacta y subyuga a la gente".
Ni siquiera sus padres conocen quién es Princess Hijab. Solo, según explica, sus amigos más cercanos. Tarda 10 minutos en pintar un rostro. Después lo fotografía y se marcha. Nadie podría jurar si es un hombre o una mujer. "Que yo sea mujer u hombre, ¿qué importancia tiene para mi arte?", dice, algo enfadada (o enfadado). Después abre la puerta del ruinoso edificio y dice adiós amablemente con la mano, mirando al suelo, para no enseñar la cara.
Fuente: El País