sábado, 7 de agosto de 2010
Me interesan mucho más las religiones que no existen: Salman Rushdie
El escritor británico de origen indio Salman Rushdie, autor de "Los versos satánicos" , novela por la que fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini en 1989, aseguró hoy que no está interesado en las religiones contemporáneas y que se aprende mucho más de las religiones pasadas: "Las religiones desaparecidas resultan mucho más enriquecedoras para la literatura. La gente que cree en religiones actuales cree que ya tiene las respuestas para todo, y a mí me interesa mucho más buscarlas", afirmó Rushdie en un debate durante la Fiesta Literaria Internacional de Paraty (Flip) en Río de Janeiro.
"Los versos satánicos" (1988), una novela simbólica llena de referencias a la religión musulmana fue el texto que le dio fama e hizo desatar la ira de los fundamentalistas islámicos lo que le valió la condena a muerte ("fatwa") por parte del líder iraní.
Nacido en el seno de una familia musulmana rica en la India, Rushdie fue enviado a Inglaterra a los trece años y se licenció en la Universidad de Cambridge, una formación occidental que le permitió mostrar una visión crítica sobre muchos temas vetados por los fanatismos. "La India como país nació en un momento de mucha violencia y, como fruto de esa generación, piensas en cómo evitar que eso se repita", señaló. Salman Rushdie nació en un contexto de fanatismo religioso antes de recibir la "fatwa" de Jomeini.
Durante la octava edición del festival literario de Río de Janeiro, Rushdie presentó su nuevo libro "Luka y el fuego de la vida" donde recupera la trama del contador de historias que aparece en "Harún y el de Marzo de historias" y añade un nuevo protagonista, el pequeño Luka, que ayuda a su hermano mayor, Harún, en su aventura por ayudar a su padre. El autor comparó "Luka y el fuego de la vida" con un vídeojuego que les gusta a sus hijos, y en este caso, el héroe de la historia lucha para salvar a su padre: la idea de mantener los valores en el mundo globalizado y un tanto despersonalizado.
Pese a que el gobierno británico e iraní firmaron en 1988 un acuerdo para enterrar la "fatwa" que lo condena a muerte, Rushdie sigue recibiendo amenazas de muerte: un sentimiento de persecución eterno retratado en su próximo libro, que ya está listo para ser publicado.
Con información de agencias
viernes, 6 de agosto de 2010
Cuando el terrorismo alcanzó a Estados Unidos
Estados Unidos afirmó que la “capacidad de resistencia y adaptación” de la organización terrorista Al-Qaeda le ha permitido reproducirse y extenderse en países como Paquistán y Yemen y la ha convertido en la más peligrosa amenaza para la seguridad nacional.
En su informe anual sobre terrorismo internacional, el Departamento de Estado no aportó grandes novedades. Al-Qaeda es, a todas luces, el enemigo número uno de Estados Unidos, aunque el reporte indica que la cifra de ataques terroristas en 2009 decreció a nivel mundial, pero aumentó en Afganistán por los ataques perpetrados por talibanes contra las fuerzas internacionales y la población civil.
En Afganistán la cantidad de atentados terroristas registrados el año pasado fue de 2 mil 126, en relación con los mil 222 de 2008. La cantidad de personas que murieron, resultaron heridas o fueron secuestradas en el país asiático como consecuencia del terrorismo ascendió de 5 mil 430 en 2008 a 7 mil 584 en 2009, según cifras del Centro de Contraterrorismo Nacional incluidas en el informe oficial.
En lo que respecta a los ataques registrados a nivel global, las estadísticas indican que la cifra decreció de 11 mil 725 de 2008 a 10 mil 999 este año. La cantidad de muertos a causa de estos ataques fue de 14 mil 971 en 2009, es decir alrededor de 700 menos que un año antes.
Al-Qaeda no sólo ha sido capaz de extenderse a través de Asia y África, sino que ha conseguido penetrar en el propio territorio estadounidense, con la aparición de “terroristas domésticos” que han estado a punto de golpear algunas de las más importantes ciudades estadounidenses y puesto a prueba a los servicios de inteligencia y seguridad. Tal es el caso de Faisal Shahzad, un estadounidense de origen paquistaní de 30 años que fracasó el pasado mes de mayo en sus planes por hacer estallar un coche bomba en el corazón de Times Square, en Nueva York. O como el grupo de 14 presuntos miembros o colaboradores de la organización terrorista Al-Shahab, con base en Somalia, que ayer mismo fueron inculpados por su supuesta colaboración en una red para reclutar simpatizantes y conseguir fondos.
En el reporte difundido ayer, el Departamento de Estado establece que Latinoamérica dio el año pasado pasos “modestos” para mejorar su lucha antiterrorista y la seguridad fronteriza. El gobierno de Estados Unidos elogió los esfuerzos “serios” de Colombia, Argentina y México, pero reprobó de nuevo a Cuba y Venezuela. Asimismo, el informe de casi 290 páginas ha vuelto a señalar Irán como el “Estado patrocinador del terrorismo” más activo y su apoyo a grupos extremistas tiene un efecto desestabilizador en Medio Oriente y Asia central.
El reporte ha mantenido dentro del apartado de las “designaciones de Estado patrocinador” del terror a países que ya llevan largo tiempo en la lista negra, como Cuba, Sudán y Siria. No se ha salvado Venezuela, un cliente habitual de las listas negras en el hemisferio occidental. A pesar de ello, Estados Unidos se ha cuidado mucho de no respaldar en su informe las acusaciones vertidas por el gobierno de Colombia, que asegura que el presidente venezolano, Hugo Chávez, ofrece un respaldo a las organizaciones guerrilleras de las Fuerzas Armadas Revoucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
“No está claro hasta qué punto el gobierno de Venezuela ofrece apoyo a grupos colombianos como las FARC o el ELN”, asegura el informe que insiste en subrayar no sólo la falta de cooperación del gobierno venezolano, sino la actitud desafiante del presidente Hugo Chávez, quien ha irritado a Washington cuando asegura que Estados Unidos es “una nación terrorista”.
La facilidad para obtener documentos venezolanos de manera fraudulenta pueden permitir a terroristas viajar internacionalmente, según el reporte.
Cuba rechazó de inmediato su inclusión en la lista negra de países “patrocinadores del terrorismo internacional” que publicó el Departamento de Estado y demandó su “inmediata exclusión” del listado. En una declaración en La Habana, la directora del Departamento de América del Norte de la Cancillería cubana, Josefina Vidal, señaló que Washington vuelve a poner en tela de juicio la seriedad del compromiso asumido en el combate al terrorismo internacional y mantiene “uno de los aspectos más irracionales de su política de hostilidad contra Cuba”.
(Con información de agencias que tomó El Universal)
jueves, 5 de agosto de 2010
Iraníes convierten éxito de Pink Floyd en canción de protesta contra Irán
Dos canadienses de origen iraní han modificado la famosa canción de Pink Floyd "Another Brick in the Wall" para convertirla en una canción protesta contra la represión protagonizada por el régimen iraní con la bendición del grupo británico.
Los hermanos Sohl y Sepp, componentes del grupo canadiense Blurred Vision, y su versión "Another Brick in the Wall, Part 2" están ganando popularidad a gran rapidez gracias a un vídeo que han colocado en YouTube.
El vídeo combina imágenes de la banda con escenas de las protestas estudiantiles que se sucedieron en Teherán en el año 2009 tras las elecciones presidenciales del país. El vídeo (titulado "Otro ladrillo en el muro, hey, ayatolá, deja a esos chicos en paz") ha sido producido por un nombre legendario en el mundo del rock, Terry Brown, y el director canadiense de origen iraní, Babak Payami. Todos residen en la actualidad en Toronto.
En una entrevista con la televisión británica BBC, Sohl, de 35 años de edad y que no utiliza su apellido para proteger a sus familiares que todavía residen en Irán, explicó que simplemente solicitaron a Pink Floyd permiso para hacer una versión de su música. "Básicamente, todo lo que hicimos fue preguntar. Roger Waters (miembro fundador de Pink Floyd) nos dio su bendición muy rápidamente"
domingo, 1 de agosto de 2010
¿Cómo salir de Afganistán? (Segunda parte)
Continuación
Una nueva propuesta que ha impulsado Robert Blackwill, ex embajador de Estados Unidos en India, es una partición de facto de Afganistán. Bajo este enfoque, Estados Unidos aceptaría que los talibanes controlen el sur del país, dominado por la etnia pashtu, siempre y cuando no reciban de vuelta a Al Qaeda ni busquen minar la estabilidad en la áreas no pashtuns del país. Si el Talibán violase estas reglas, Estados Unidos los atacaría con bombardeos, sondas y fuerzas especiales. El apoyo económico y militar de Estados Unidos seguiría fluyendo a las áreas afganas no pashtún en el norte y oeste del país.
Esta idea tiene desventajas y atractivos. Un “Pashtunistán” autónomo dentro de Afganistán podría volverse una amenaza para la integridad de Pakistán, cuyos 25 millones de pashtuns podrían buscar liberarse y formar un Pashtunistán mayor. Cualquier partición vería resistencia de muchos afganos, incluidas las minorías tayika, baluchi y hazara, que viven en “islas” demográficas dentro del sur (mayoritariamente pashtún), así como los tayikos, uzbekos y otros en el resto del país que quieren mantener a Afganistán libre de la influencia talibán. E incluso muchos pashtuns se resistirían por miedo al dominio duro e intolerante que el Talibán impondría si tuviera oportunidad.
Otro enfoque, mejor conocido como “descentralización”, tiene semejanza con la partición pero es diferente. Bajo este enfoque Estados Unidos proveería armas y entrenamiento a los líderes locales afganos que rechacen a Al Qaeda y no busquen minar a Pakistán. Podría darse ayuda económica para aumentar el respeto a los derechos humanos y disminuir el cultivo de amapola. Habría menos énfasis en construir un ejército nacional y una fuerza policiaca.
La ventaja de esta opción es que trabaja junto con, y no contra, la tradición afgana de un Gobierno central débil y una periferia fuerte. Requeriría revisar la Constitución afgana, la cual hoy día pone demasiado poder en manos del presidente. Estados Unidos podría dejarle a las fuerzas locales que eviten incursiones del Talibán, permitiendole a la mayoría de las tropas estadounidenses regresar a casa. Los líderes de las minorías no pashtuns (así como los pashtuns opuestos a los talibanes) recibirían ayuda y entrenamiento militar. Petraeus dio un paso en esta dirección al obtener la aprobación de Karzai para crear nuevas fuerzas de seguridad locales y uniformadas, a las que se pagará para que combatan a los insurgentes en sus comunidades.
En este escenario, el talibán posiblemente regrese a sus posiciones de poder en muchísimas partes del sur. No obstante, sabrían que serían desafiados por el poderío aéreo de Estados Unidos y sus Fuerzas Especiales (y por afganos apoyados por Estados Unidos) si atacasen áreas no pashtuns, si permitiesen que las áreas bajo su control fueran usadas para abastecer de fuerzas antigubernamentales a Pakistán, o si trabajasen con Al Qaeda. Hay razones para creer que los talibanes no repetirían su error histórico de invitar a Al Qaeda a las áreas bajo su control. De hecho, Estados Unidos debería dejar de asumir que los dos grupos son uno, y más bien empezar a hablar con el Talibán para subrayar cómo difieren sus interese de los de Al Qaeda.
Una vez más, hay desventajas. Algunos afganos se resistirían a este enfoque por miedo a ceder mucho a los talibanes, y por algunos talibanes que piensan que no da suficiente. El Gobierno de Karzai se opondría a cualquier cambio en el apoyo de Estados Unidos al gobierno central para darlo a los líderes de poblados. Es posible que la lucha continúe en Afganistán por años. Y de nuevo, las áreas reclamadas por el Talibán son casi seguro que se reintroduzcan las leyes que serían antiéticas con las normas globales para los derechos humanos.
Entonces, ¿qué debería decidir Obama? La mejor respuesta es volver a lo que Estados Unidos busca en Afganistán y por qué. Las dos principales metas de Estados Unidos son evitar que Al Qaeda restablezca un refugio y asegurarse de que Afganistán no mine la estabilidad de Pakistán.
Estamos más cerca de lograr ambas metas de lo que mucha gente cree. El director de la CIA, Leon Panetta, calculó que el número de miembros de Al Qaeda en Afganistán sería de “60 a 100, o tal vez menos”. No tiene sentido mantener a 100.000 soldados para que persigan a un adversario tan pequeño, especialmente cuando Al Qaeda opera a esta escala en muchos países. Tales situaciones piden políticas de contraterrorismo más modestas y enfoques similares a las que se aplican en Yemen y Somalia, en vez de un esfuerzo de contrainsurgencia a gran escala.
Pakistán es mucho más importante que Afganistán, dado su arsenal nuclear, su población mucho mayor, los muchos terroristas en su suelo y su historial de guerras con India, pero el futuro de Pakistán se determinará mucho más por eventos dentro de sus fronteras. Su Ejército da señales de entender que los talibanes de Pakistán son un peligro, y empezó a perseguirlos.
Todo esto argumenta a favor de una política estadounidense en Afganistán de descentralización, que dé mayor apoyo a los líderes locales y establezca un nuevo enfoque para con los talibanes. La guerra que Estados Unidos hace en Afganistán no tienen éxito y no vale la pena hacerla de esta manera. Llegó el momento de reducir los objetivos y disminuir su participación en el lugar. Afganistán está reclamando demasiadas vidas estadounidenses, requiriendo demasiada atención y absorbiendo demasiados recursos. Cuanto más pronto se acepte que Afganistán es menos un problema que arreglar que una situación por manejar, será mejor.
Haass, presidente de la ONG estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, es autor de “War of Necessity, War of Choice: A Memoir of Two Iraq Wars”.
Una nueva propuesta que ha impulsado Robert Blackwill, ex embajador de Estados Unidos en India, es una partición de facto de Afganistán. Bajo este enfoque, Estados Unidos aceptaría que los talibanes controlen el sur del país, dominado por la etnia pashtu, siempre y cuando no reciban de vuelta a Al Qaeda ni busquen minar la estabilidad en la áreas no pashtuns del país. Si el Talibán violase estas reglas, Estados Unidos los atacaría con bombardeos, sondas y fuerzas especiales. El apoyo económico y militar de Estados Unidos seguiría fluyendo a las áreas afganas no pashtún en el norte y oeste del país.
Esta idea tiene desventajas y atractivos. Un “Pashtunistán” autónomo dentro de Afganistán podría volverse una amenaza para la integridad de Pakistán, cuyos 25 millones de pashtuns podrían buscar liberarse y formar un Pashtunistán mayor. Cualquier partición vería resistencia de muchos afganos, incluidas las minorías tayika, baluchi y hazara, que viven en “islas” demográficas dentro del sur (mayoritariamente pashtún), así como los tayikos, uzbekos y otros en el resto del país que quieren mantener a Afganistán libre de la influencia talibán. E incluso muchos pashtuns se resistirían por miedo al dominio duro e intolerante que el Talibán impondría si tuviera oportunidad.
Otro enfoque, mejor conocido como “descentralización”, tiene semejanza con la partición pero es diferente. Bajo este enfoque Estados Unidos proveería armas y entrenamiento a los líderes locales afganos que rechacen a Al Qaeda y no busquen minar a Pakistán. Podría darse ayuda económica para aumentar el respeto a los derechos humanos y disminuir el cultivo de amapola. Habría menos énfasis en construir un ejército nacional y una fuerza policiaca.
La ventaja de esta opción es que trabaja junto con, y no contra, la tradición afgana de un Gobierno central débil y una periferia fuerte. Requeriría revisar la Constitución afgana, la cual hoy día pone demasiado poder en manos del presidente. Estados Unidos podría dejarle a las fuerzas locales que eviten incursiones del Talibán, permitiendole a la mayoría de las tropas estadounidenses regresar a casa. Los líderes de las minorías no pashtuns (así como los pashtuns opuestos a los talibanes) recibirían ayuda y entrenamiento militar. Petraeus dio un paso en esta dirección al obtener la aprobación de Karzai para crear nuevas fuerzas de seguridad locales y uniformadas, a las que se pagará para que combatan a los insurgentes en sus comunidades.
En este escenario, el talibán posiblemente regrese a sus posiciones de poder en muchísimas partes del sur. No obstante, sabrían que serían desafiados por el poderío aéreo de Estados Unidos y sus Fuerzas Especiales (y por afganos apoyados por Estados Unidos) si atacasen áreas no pashtuns, si permitiesen que las áreas bajo su control fueran usadas para abastecer de fuerzas antigubernamentales a Pakistán, o si trabajasen con Al Qaeda. Hay razones para creer que los talibanes no repetirían su error histórico de invitar a Al Qaeda a las áreas bajo su control. De hecho, Estados Unidos debería dejar de asumir que los dos grupos son uno, y más bien empezar a hablar con el Talibán para subrayar cómo difieren sus interese de los de Al Qaeda.
Una vez más, hay desventajas. Algunos afganos se resistirían a este enfoque por miedo a ceder mucho a los talibanes, y por algunos talibanes que piensan que no da suficiente. El Gobierno de Karzai se opondría a cualquier cambio en el apoyo de Estados Unidos al gobierno central para darlo a los líderes de poblados. Es posible que la lucha continúe en Afganistán por años. Y de nuevo, las áreas reclamadas por el Talibán son casi seguro que se reintroduzcan las leyes que serían antiéticas con las normas globales para los derechos humanos.
Entonces, ¿qué debería decidir Obama? La mejor respuesta es volver a lo que Estados Unidos busca en Afganistán y por qué. Las dos principales metas de Estados Unidos son evitar que Al Qaeda restablezca un refugio y asegurarse de que Afganistán no mine la estabilidad de Pakistán.
Estamos más cerca de lograr ambas metas de lo que mucha gente cree. El director de la CIA, Leon Panetta, calculó que el número de miembros de Al Qaeda en Afganistán sería de “60 a 100, o tal vez menos”. No tiene sentido mantener a 100.000 soldados para que persigan a un adversario tan pequeño, especialmente cuando Al Qaeda opera a esta escala en muchos países. Tales situaciones piden políticas de contraterrorismo más modestas y enfoques similares a las que se aplican en Yemen y Somalia, en vez de un esfuerzo de contrainsurgencia a gran escala.
Pakistán es mucho más importante que Afganistán, dado su arsenal nuclear, su población mucho mayor, los muchos terroristas en su suelo y su historial de guerras con India, pero el futuro de Pakistán se determinará mucho más por eventos dentro de sus fronteras. Su Ejército da señales de entender que los talibanes de Pakistán son un peligro, y empezó a perseguirlos.
Todo esto argumenta a favor de una política estadounidense en Afganistán de descentralización, que dé mayor apoyo a los líderes locales y establezca un nuevo enfoque para con los talibanes. La guerra que Estados Unidos hace en Afganistán no tienen éxito y no vale la pena hacerla de esta manera. Llegó el momento de reducir los objetivos y disminuir su participación en el lugar. Afganistán está reclamando demasiadas vidas estadounidenses, requiriendo demasiada atención y absorbiendo demasiados recursos. Cuanto más pronto se acepte que Afganistán es menos un problema que arreglar que una situación por manejar, será mejor.
Haass, presidente de la ONG estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, es autor de “War of Necessity, War of Choice: A Memoir of Two Iraq Wars”.
¿Cómo salir de Afganistán?
Por Richard N. Haass
El Presidente de los republicanos, Michael Steele, fue atacado recientemente por colegas de partido por describir a Afganistán como “una guerra que eligió Obama” y sugerir que Washington fracasaría allí como lo hicieron otras potencias extranjeras. Algunos críticos reprendieron a Steele por su pesimismo, otros por tener mal sus datos, dado que fue el presidente George W. Bush quien ordenó la invasión a Afganistán, poco después de los atentados terroristas del 11/09/2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Pero los críticos de Steele son los que están equivocados: el líder republicano está en lo cierto con lo esencial de su comentario.
La guerra que hoy está haciendo Estados Unidos en Afganistán es diferente y más ambiciosa que cualquier cosa efectuada por la Administración de Bush. Afganistán sí es en gran medida una guerra escogida por Obama, un punto que el presidente enfatizó recientemente al elegir al general David Petraeus para que dirija un esfuerzo contrainsurgente intensificado allí. Sin embargo, después de casi nueve años de guerra, la participación continua o aumentada de Estados Unidos en Afganistán no tiene muchas probabilidades de dar mejoras duraderas que de alguna forma sean proporcionales a la inversión de sangre y dinero estadounidenses. Es hora de reducir nuestras ambiciones allí, también disminuir y redirigir lo que hacemos.
Lo primero que hay que reconocer es que entablar este tipo de guerra es, de hecho, una elección, no una necesidad. Estados Unidos inició la guerra en octubre de 2001 para derrocar al Gobierno talibán, el cual había permitido que Al Qaeda operase libremente fuera de Afganistán y que preparase los ataques del 11/9. Los talibanes fueron derrotados; miembros de Al Qaeda fueron capturados o asesinados, o escaparon a Pakistán. Pero esa fue una guerra muy diferente, una necesaria que se realizó por autodefensa. Era esencial que Afganistán no continuase siendo un santuario para terroristas que podrían atacar de nuevo a Estados Unidos o sus intereses alrededor del mundo.
La Administración de Bush fue menos clara en cuanto a qué hacer después. Como trabajaba en el Departamento de Estado por entonces, fui designado por Bush como coordinador del Gobierno de Estados Unidos para el futuro de Afganistán. En una reunión del Consejo de Seguridad Nacional presidida por el mandatario, en octubre de 2001, fui yo quien argumentó que una vez que los talibanes fuesen removidos del poder, habría una oportunidad de corto plazo para ayudar a establecer un Estado afgano débil pero funcional. En ésa y en reuniones subsecuentes presioné por una presencia militar estadounidense de alrededor de 30.000 soldados (con una cantidad igual provista por otros países de la OTAN) para que fuesen parte de una fuerza internacional que ayudase a mantener el orden después de la invasión y capacitar a los afganos hasta que fueran capaces de protegerse ellos mismos.
Mis colegas no tuvieron interés en mi propuesta. El consenso era que se podía lograr poco en Afganistán dada su historia, cultura y composición, y que habría poca recompensa, incluso si las cosas salían mejor de lo esperado. No tenían el apetito para construir la nación en el terreno. El contraste con la política subsecuente para Irak, en la que los funcionarios fueron preparados para hacer mucho, pues esperaban crear un modelo potencial de cambio para Oriente Medio, difícilmente podría ser más marcado.
Como resultado, Estados Unidos decidió no seguir su derrocamiento de los talibanes con algo ambicioso. El número de soldados norteamericanos sí llegó a un máximo cercano a 30.000, pero la mayoría de estos sólo cazó a un puñado de los miembros de Al Qaeda que quedaban. Estados Unidos nunca se unió a la fuerza internacional enviada para estabilizar Afganistán y, de hecho, limitó su tamaño y participación.
Para cuando Obama asumió la presidencia, la situación dentro de Afganistán se deterioraba rápidamente. El Talibán volvía a afianzarse. Había preocupación en Washington de que si se los dejaba sin control, pronto podrían amenazar la existencia del Gobierno elegido en Kabul, encabezado por Hamid Karzai. Las tendencias se juzgaban tan malas, que el presidente envió a 17.000 soldados de combate estadounidenses para Afganistán incluso antes de que se hubiera terminado la primera revisión que ordenó.
Desde entonces, Obama ha tenido varias oportunidades de reexaminar las metas e intereses de Estados Unidos en Afganistán, y en cada caso ha elegido aumentar la presencia. Tras completarse esa primera revisión, en marzo de 2009, declaró que la misión de Estados Unidos a partir de entonces sería “desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, y evitar su regreso a cualquiera de esos países en el futuro”; pero en realidad el objetivo de Estados Unidos fue más allá de enfrentarse a Al Qaeda: el presidente anunció en esos mismos comentarios que enviarían tropas adicionales para “asumir la lucha contra los talibanes en el sur y el este, y darnos una mayor capacidad para asociarnos con las fuerzas de seguridad afganas y perseguir a los insurgentes a través de la frontera”. En pocas palabras, el regreso talibán fue equiparado con una vuelta de Al Qaeda, y Estado Unidos se volvió un protagonista total de una guerra civil afgana, apoyando a un Gobierno central débil y corrupto contra el Talibán. Otros 4.000 efectivos militares fueron enviados, esta vez para entrenar a soldados afganos.
Sólo cinco meses después, se inició una segunda y más extensa revisión de la política. Obama otra vez describió las metas de Estados Unidos en términos de negarle a Al Qaeda un refugio en Afganistán, pero nuevamente comprometió a Estados Unidos a mucho más: “Debemos revertir la inercia del Talibán y negarle la capacidad para derrocar al gobierno. Ydebemos fortalecer la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas y del gobierno para que puedan asumir la responsabilidad de guiar el futuro de Afganistán”.
Las decisiones que siguieron a esto fueron igual de contradictorias. Por una parte, se prometieron otros 30.000 soldados, tanto para advertir a los talibanes como para reasegurar al gobierno tambaleante en Kabul. Pero el presidente también prometió: “Nuestras tropas empezarán a regresar a casa” para el verano de 2011, para que hacer que ese mismo gobierno se ponga las pilas, así como aplacar el sentimiento antibélico en casa.
Hoy, la estrategia de contrainsurgencia que exigió todos esos soldados es claro que no funciona. La elección, en agosto de 2009, que le dio a Karzai un segundo período como presidente estuvo manchada por un fraude omnipresente y lo dejó con menos legitimidad que antes. Mientras el aumento de fuerzas de Estados Unidos ha replegado al Talibán en ciertos distritos, el gobierno de Karzai ha sido incapaz de llenar el vacío con un gobierno efectivo y fuerzas de seguridad que pudieran evitar el regreso talibán. Hasta ahora, la administración de Obama está apegándose a su estrategia; de hecho, el presidente ha hecho lo posible para enfatizar esto cuando acudió a Petraeus para reemplazar al general Stanley McChrystal en Kabul. No hay probabilidad de de un cambio de curso por lo menos hasta dieciembre, cuando el presidente se encuentre enredado en otra revisión de su política afgana.
Ésta será la tercera oportunidad de Obama de decidir qué tipo de guerra quiere entablar en Afganistán, y tendrá varias opciones de donde elegir, incluso si ninguna de ellas es muy prometedora. La primera es mantener el curso: pasar el próximo año atacando al Talibán y entrenando al Ejército y la policía afganos, y empezar a reducir el número de tropas de Estados Unidos y su participación a un mínimo.
No obstante, este enfoque es tremendamente caro y con muy pocas probabilidades de éxito. El gobierno afgano da pocas señales de estar preparado para una administración clara o seguridad efectiva a nivel local. Mientras un pequeño número del Talibán podría elegir “reintegrarse” —o sea, optar por dejar de luchar—, la gran mayoría no lo hará. Y ¿Por qué debería hacerlo? El Talibán es resistente y goza de refugio en el vecino Pakistán, cuyo Gobierno tiende a ver a los combatientes como un instrumento para influir en el futuro de Afganistán (algo que a Pakistán le importa mucho, dado su miedo a designios hindúes allí).
Los costos económicos de que Estados Unidos se apegue a la política actual son cercanos a US$ 100.000 millones por año, un precio desmedido a pagar cuando la presión por recortar el gasto federal se agudiza. El precio militar también es grande, no sólo en vidas y materiales, sino, además, en la distracción en un momento en que Estados Unidos podría enfrentar crisis con Irán y Corea del Norte. Y los costos políticos locales serán considerables si el presidente fuera visto como alguién que sigue el espíritu y no el contenido en su compromiso de regresar a casa las tropas el próximo año.
En el otro extremo del espectro político estaría una decisión de salir de Afganistán, completar lo antes posible una retirada militar de Estados Unidos. Hacerlo es casi seguro que resulte en el colapso del gobierno de Karzai y el Talibán apoderándose de mucho del país. Afganistán podría volverse otro Líbano, donde el conflicto civil se mezcla con una guerra regional que involucra a múltiples Estados vecinos. Tal resultado propiciado por una retirada militar de Estados Unidos sería visto como un importante revés estratégico para la Casa Blanca en su lucha global con los terroristas. También sería un desastre para la OTAN en el que, de muchas maneras, es su primer intento de ser una organización de seguridad global.
Sin embargo, hay otras opciones. Una es la reconciliación, una palabra dominguera para negociar un cese del fuego con los líderes talibanes dispuestos a dejar de luchar a cambio de la oportunidad de unirse al gobierno de Afganistán. No obstante, es imposible confiar en que muchos líderes rebeldes estén preparados para la reconciliación: podrían decidir que el tiempo está de su lado si sólo esperan y combaten. Tampoco es probable que los términos que aceptarían sean, a su vez, consentidos por muchos afganos, quienes recuerdan demasiado bien cómo era vivir bajo el yugo talibán. Un Gobierno de unidad nacional es una idea disparatada.
Publicado en la revista Newsweek de julio 2010. Al rato una segunda parte.
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