martes, 23 de febrero de 2010

Rinden la FILPM homenaje a Esther Seligson


Por Abigail Crusher

A Esther le gustaba decir lo que pensaba, sin tapujo alguno porque no conocía lo que es políticamente correcto. Sabía escuchar, siempre atenta a todas las voces por lo que también buscaba ser escuchada. Le gustaban los mariscos. Creía en la reencarnación. Y tal vez reencarnó en “Subramanya, el santo enfadado”, ese ser mitológico de su obra póstuma Cicatrices.

Julieta Egurrola, Antonio Crestoni, Saul Kaminer y Geney Beltrán, rindieron un homenaje a quien por mucho tiempo fue maestra del Centro Universitario de Teatro y que consideraba el ritual de la puesta en escena como un acto sagrado con un compromiso hacia sí mismo y la sociedad. Fruto de ello fue el libro Para vivir el teatro, que abarca varias décadas de la historia del arte dramático en México. A Esther le apasionaba el teatro; le agradaba la gente del teatro porque son los locos más reales que se tienen enfrente.

Toda ella era libertad de pensar, de escribir. Esther sabía que tenía y que quería entregar: las novelas: La morada del tiempo (1981) y Sed de mar (1986); los cuentos Luz de dos, Indicios y quimeras e isomorfismos (1991); los poemarios Diálogos con el cuerpo (1981) y Tránsito del cuerpo (1977) así como los ensayos Las figuraciones como método de escritura (1981), La fugacidad como método de escritura (1989) y El teatro, festín efímero (1990) son obras en donde destacan la presencia de mitologías y arquetipos que confluyen con la filosofía, la poesía, el ensayo, el cuento y la prosa.

Su mundo era místico y simbólico, lleno de imágenes relacionadas con el yiddish, el estudio de la cábala, la astrología, el tarot y el pensamiento mágico, mismas que se expresaron en palabras que no buscaban hacer literatura sino escritura, porque para ella lo que importaba era lo que hay y habita detrás de cada palabra.

Nacida en 1941 en el seno de una familia judía, para el Seligson el judaísmo era una diferente categoría del ser, “A Esther le gustaba ese lenguaje que oscilaba entre el mundo del yiddish, el hebreo y la adoración a la guadalupana, le encantaba la cultura huichol. No había frontera religiosa para encontrase con ella”, expresó Saul Kaminer.

Esther Seligson, quien siempre se negó a usar la computadora, porque aún consideraba ese sentido sagrado que existe con la escritura a mano, “Yo no computo”, solía decir. Afirmaba ser la “Subramanya” de su prosa y quizás como “El santo enfadado”, ella paso a “ser una gota más en el gran océano del ser…” Y en la transición de la reencarnación a la encarnación, Seligson era un alma vieja, ahora es la memoria de alguien más.

La actriz Julieta Egurrola y alumnos del CUT leyeron parte del libro que la escritora presentaría este día en el Palacio de Minería, en el marco de la edición XXXI de la Feria del libro organizada por al Facultad de Ingeniería de la UNAM.

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