domingo, 1 de agosto de 2010

¿Cómo salir de Afganistán? (Segunda parte)

Continuación

Una nueva propuesta que ha impulsado Robert Blackwill, ex embajador de Estados Unidos en India, es una partición de facto de Afganistán. Bajo este enfoque, Estados Unidos aceptaría que los talibanes controlen el sur del país, dominado por la etnia pashtu, siempre y cuando no reciban de vuelta a Al Qaeda ni busquen minar la estabilidad en la áreas no pashtuns del país. Si el Talibán violase estas reglas, Estados Unidos los atacaría con bombardeos, sondas y fuerzas especiales. El apoyo económico y militar de Estados Unidos seguiría fluyendo a las áreas afganas no pashtún en el norte y oeste del país.

Esta idea tiene desventajas y atractivos. Un “Pashtunistán” autónomo dentro de Afganistán podría volverse una amenaza para la integridad de Pakistán, cuyos 25 millones de pashtuns podrían buscar liberarse y formar un Pashtunistán mayor. Cualquier partición vería resistencia de muchos afganos, incluidas las minorías tayika, baluchi y hazara, que viven en “islas” demográficas dentro del sur (mayoritariamente pashtún), así como los tayikos, uzbekos y otros en el resto del país que quieren mantener a Afganistán libre de la influencia talibán. E incluso muchos pashtuns se resistirían por miedo al dominio duro e intolerante que el Talibán impondría si tuviera oportunidad.

Otro enfoque, mejor conocido como “descentralización”, tiene semejanza con la partición pero es diferente. Bajo este enfoque Estados Unidos proveería armas y entrenamiento a los líderes locales afganos que rechacen a Al Qaeda y no busquen minar a Pakistán. Podría darse ayuda económica para aumentar el respeto a los derechos humanos y disminuir el cultivo de amapola. Habría menos énfasis en construir un ejército nacional y una fuerza policiaca.

La ventaja de esta opción es que trabaja junto con, y no contra, la tradición afgana de un Gobierno central débil y una periferia fuerte. Requeriría revisar la Constitución afgana, la cual hoy día pone demasiado poder en manos del presidente. Estados Unidos podría dejarle a las fuerzas locales que eviten incursiones del Talibán, permitiendole a la mayoría de las tropas estadounidenses regresar a casa. Los líderes de las minorías no pashtuns (así como los pashtuns opuestos a los talibanes) recibirían ayuda y entrenamiento militar. Petraeus dio un paso en esta dirección al obtener la aprobación de Karzai para crear nuevas fuerzas de seguridad locales y uniformadas, a las que se pagará para que combatan a los insurgentes en sus comunidades.

En este escenario, el talibán posiblemente regrese a sus posiciones de poder en muchísimas partes del sur. No obstante, sabrían que serían desafiados por el poderío aéreo de Estados Unidos y sus Fuerzas Especiales (y por afganos apoyados por Estados Unidos) si atacasen áreas no pashtuns, si permitiesen que las áreas bajo su control fueran usadas para abastecer de fuerzas antigubernamentales a Pakistán, o si trabajasen con Al Qaeda. Hay razones para creer que los talibanes no repetirían su error histórico de invitar a Al Qaeda a las áreas bajo su control. De hecho, Estados Unidos debería dejar de asumir que los dos grupos son uno, y más bien empezar a hablar con el Talibán para subrayar cómo difieren sus interese de los de Al Qaeda.

Una vez más, hay desventajas. Algunos afganos se resistirían a este enfoque por miedo a ceder mucho a los talibanes, y por algunos talibanes que piensan que no da suficiente. El Gobierno de Karzai se opondría a cualquier cambio en el apoyo de Estados Unidos al gobierno central para darlo a los líderes de poblados. Es posible que la lucha continúe en Afganistán por años. Y de nuevo, las áreas reclamadas por el Talibán son casi seguro que se reintroduzcan las leyes que serían antiéticas con las normas globales para los derechos humanos.

Entonces, ¿qué debería decidir Obama? La mejor respuesta es volver a lo que Estados Unidos busca en Afganistán y por qué. Las dos principales metas de Estados Unidos son evitar que Al Qaeda restablezca un refugio y asegurarse de que Afganistán no mine la estabilidad de Pakistán.

Estamos más cerca de lograr ambas metas de lo que mucha gente cree. El director de la CIA, Leon Panetta, calculó que el número de miembros de Al Qaeda en Afganistán sería de “60 a 100, o tal vez menos”. No tiene sentido mantener a 100.000 soldados para que persigan a un adversario tan pequeño, especialmente cuando Al Qaeda opera a esta escala en muchos países. Tales situaciones piden políticas de contraterrorismo más modestas y enfoques similares a las que se aplican en Yemen y Somalia, en vez de un esfuerzo de contrainsurgencia a gran escala.

Pakistán es mucho más importante que Afganistán, dado su arsenal nuclear, su población mucho mayor, los muchos terroristas en su suelo y su historial de guerras con India, pero el futuro de Pakistán se determinará mucho más por eventos dentro de sus fronteras. Su Ejército da señales de entender que los talibanes de Pakistán son un peligro, y empezó a perseguirlos.

Todo esto argumenta a favor de una política estadounidense en Afganistán de descentralización, que dé mayor apoyo a los líderes locales y establezca un nuevo enfoque para con los talibanes. La guerra que Estados Unidos hace en Afganistán no tienen éxito y no vale la pena hacerla de esta manera. Llegó el momento de reducir los objetivos y disminuir su participación en el lugar. Afganistán está reclamando demasiadas vidas estadounidenses, requiriendo demasiada atención y absorbiendo demasiados recursos. Cuanto más pronto se acepte que Afganistán es menos un problema que arreglar que una situación por manejar, será mejor.

Haass, presidente de la ONG estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, es autor de “War of Necessity, War of Choice: A Memoir of Two Iraq Wars”.

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