lunes, 31 de agosto de 2009

El libro, un lujo que sólo se huele


Por Ramón Lobo (corresponsal en Afganistán de El País)

Parece un espacio mágico arrancado de El Cairo de Naguib Masouf o el Bagdad de Las mil y una noches, un remanso de paz en el que no se escuchan los cláxones de los automovilistas impetuosos que parecen dialogar entre ellos desde sus bocinas. La librería Behzad es un oasis, un lugar hermoso y desordenado repleto de libros, cuadros, mapas, postales, fotografías y polvo, sobre todo mucho polvo (el sello de Kabul), en el que cada objeto parece guardar un equilibro perfecto con el que tiene al lado.

Asil y Poya Rashid son los dueños, gente educada y políglota: el primero habla inglés y francés, además de dari; el segundo, un excelente castellano aprendido en la Universidad de Kabul. Ambos son libreros, el oficio de los que entienden de lo que se escribe en los libros. Son varias las habitaciones que se disponen alrededor de un patio protegido por una sombrilla y en el que hay tres sillas con cojines y una alfombra en el suelo devorada por el polvo y la arena. En otro tiempo debió ser un espacio de té y literatura.

En una de las salas del fondo, la puerta está cerrada. En ella, las estanterías se hallan repletas de libros en dari y pastún, dos de las lenguas locales. Huele a libro: un aroma agradable. En otra estancia se guardan los pósters que tanto gustan a los extranjeros y que terminan decorando las paredes de sus cuartos de baños, como si el retrete fuese el único lugar en el que el hombre moderno y apresurado se permite el lujo de soñar.

En la sala principal -debe de serlo porque presiden la caja registradora para cobrar y un ordenador que depende de los estados de ánimo de la electricidad, que en Kabul son muy caprichosos- se exponen decenas de ejemplares en lengua inglesa. La mayoría versan sobre historia y política. Destaca una edición de A Short Walk in the Hindu Kush (Un breve paseo por el Hindu Kush) del gran viajero inglés Eric Newby y otra de Unholy Wars (Guerras no santas), John Cooley. "Tenemos textos en inglés, francés, alemán, árabe, persa [del que procede el dari local] y ruso", asegura Asil, satisfecho de reunir tanta riqueza cultural. En las paredes de la planta baja cuelgan varias fotografías y cuadros. Destacan varios retratos inspirados en la célebre fotografía de Steve McCurry de Sharbat Gula, la niña de los ojos verdes, portada del National Geografic en 1984.

En el piso superior, al que se accede por unas angostas escaleras de piedra en las que hay que tener cuidado con la cabeza en la subida y con los pies en la bajada, se multiplican las imágenes y los objetos de coleccionista. Al otro lado de una cortina está la vivienda. Junto a la ventana entreabierta por la que acaba de salir despaciosamente una paloma, entra el sol de mediodía iluminando un rincón con butacas y mesa.

Asil dice que es su lugar favorito, donde descansa y lee poesía. Sin insistirle mucho, recita en dari unos versos que tratan de una noche negra y una historia de amor perdida, como la de Afganistán. En las paredes se acumulan óleos de colores vívidos con estampas de un Kabul antiguo, de varios siglos atrás, que por causa de tanta guerra moderna y tanto odio parece más nuevo, hermoso y saludable que el actual, siempre escondido bajo una nube de polvo como si fuera una burka colectiva.

No es mucha la gente que acude a comprar libros, un producto de lujo en un país empobrecido. Algunos clientes nostálgicos se acercan a la librería abierta desde hace 25 años por el placer de oler y tocar. También para charlar un rato con Asil y Poya Rashid alrededor de un té hirviendo, cuando no es Ramadán y está permitido, de aquellos buenos tiempos que se fueron con la esperanza de que algún día, quizá no tan lejano, volverán.

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